Si las dos primeras salidas fueron forzosas, las que han venido se han puesto en la palestra sin mediar presiones: “Full lesbiana foto del gato de fondo de pantalla” para estudiantes, “Lesbiana feminazi con ganas de volverte jabón para lavarme la raja con tu comentario” para un par de compañeros de trabajo, también un “obvio que soy lesbiana” para mis jefes, pero si vuelvo al principio, todo partió con algo así:
La pregunta fue: “¿Es usted en la foto de esa marcha de los colores?”, frente a la cual admití: “sí, soy yo y mi pareja en la marcha del orgullo”. La breve inquietud de mi alumno de 6to básico interrogándome y que, actos seguido, continúaojeando el diario que regalan afuera del metro luego de escucharme decir por vez primera en el aula que era lesbiana, se manifestó contradictoria frente al sin fin de sentimientos que me abordaron en ese hito de mi vida que él siquiera ha de recordar.
Al año siguiente, mientras hablaba de Freud y las mujereslesbianas, un estudiante le dice a una compañera: “Parecí lesbiana, todo te enoja”. Todos ríen y yo respondo: “Lo que nos enoja no es TODO, son los como usted y Freud que nos vienen hinchando los ovarios desde largos siglos”. Segunda salida de closet sin comentarios… al menos audibles.
