28 ene 2014

El ejemplo de Mary Shelley

Nadie toma muy en serio los spams del navegador. Ella era de tomar en serio los asuntos más nimios. Ningún spam parece condecirse con la realidad, éste era real y con entrega en Pío Nono.

Fue simple: un click en el aviso, rellenar datos personales y bancarios. Recibir un código de orden, una dirección y un celular para hacer efectiva la transacción a eso de las 9 am. del día martes. Cuando lo hacía, no pudo dejar de recordar a Mary Shelley, a quien nunca había leído, pero por sobre la que supo a través de un artículo en la revista Ñ. Nunca llegamos a aclarar si era por la similitud con la historia de Frankenstein o por cargar con el corazón de su ausente amor. La declaración fue poco clara en este respecto.

Llegó un poco antes de lo pactado. Se sentó en la vereda, llamó para confirmar. No sabemos bien quién le contestó y qué le habrá dicho, pero unos minutos más tarde ella reconoció a un hombre de unos 35 años con apariencia de oficinista de esos que abundan en el centro, pero no en Pío Nono. El hombre hizo entrega del encargo y se fue sin parecer preocupado, ella quedó un poco confundida al ver el gran tamaño de la entrega, quizás pensando en cómo llevarlo a casa. Así lo relataron algunos testigos que a esa hora se encontraban en el lugar.

Al principio pareció agradarle la idea de tener a una igual compartiendo el mismo espacio, la misma solitaria vida, pero con el cambio de estación vino el cambio de parecer.

***

Amablemente los hice pasar, creo que mi cara no delataba ningún asunto, sintiendome extrañamente confiada en que me vería librada. Me hicieron una serie de preguntas por sobre la bulliciosa discusión hace un rato. Los vecinos habían llamado preocupados porque parecía estar sola y gritando, pidiendo auxilio. Lo negué todo, me desentendí, les ofrecí algo para beber, aceptaron. Hablamos de cosas triviales: sobre su trabajo, de como tenían que asistir constantemente a falsas alarmas, que era agradable tomar un descanso en medio de un día ajetreado, yo les respondía aquello que querían escuchar: que no había problema, que no tenía nada que ocultar y que era un placer tenerlos ahí para poder hacer de su tarde algo más ameno.

Mi corazón comenzó a sentirse agitado, mi mente nublada. No aguanté. Recuerdo haber gritado algo como "Cinco cuchilladas en el abdomen, cuando cayó, le pateé la cabeza". "Así no se vive, así no se vive", repetía mientras ellos abandonaban sus vasos y se me acercaban sigilosamente sacando sus armas, intentando controlarme. "Así no se vive, así no se vive. Nadie se aguanta a uno mismo multiplicado por dos".

***

De la nada comenzó a gritar. Se levantó abruptamente del sillón donde compartíamos. Balbuceaba, y entre esos balbuceos pudimos reconocer una confesión. "Así no se vive" nos dijo una y otra vez.