A Camila.
La seguí, sí, solamente la seguí por aquella callecita en una ciudad olvidada. La seguí, sí, y ella no volteó a mirarme.
Me pregunto qué sintió: si miedo, tal vez curiosidad o simplemente no me notó.
La seguí, sí, la seguí un par de minutos, me pregunté a dónde se dirigirá, parecía conocer el lugar. La seguí, sí, pero no pude acercarme ni ver su rostro con claridad. La seguí, sí, y quise que los momentos fueran eternos para que la callecita no acabara y los senderos de nuestras vidas no se bifurcaran de manera tan cruelmente apresurada.